martes, 19 de diciembre de 2017

La gran aventura de Tomás



Había una vez, en el reino de la gente aburrida, un nene llamado Tomás. Tomás tenía cinco años, vivía con su familia, dos perros, dos gatos, una tortuga y un conejo, y le encantaba dibujar. Creaba sus propias historias, de esas que encantan a los chicos y asustan a los grandes, haciendo “¡Buuhhh”! como los Monstruos, él se las ingeniaba para volar por su Universo de hojas, lápices de colores, brillantina y papel glacé. Ah, ¡como le gustaba imaginar, que divertido era, cuantas cosas por descubrir! Su mamá tenía que cuidarse de que no le robara los fideos del paquete ni tampoco las cajas vacías de cartón, porque enseguida eran propiedad de Tomy.
Una tarde, cuando ya había salido del jardín, Tomás estaba a punto de tomar la leche chocolatada que tanto le gustaba, y de repente, sintió que alguien lo llamaba desde la ventana.
                                                    
 -Tomás, Tomás… Si, te estoy hablando a vos… ¡Era uno de sus propios dibujos, mucho pero mucho más grande de lo que él se hubiera imaginado!

 Cualquier otro nene de su edad que no fuera valiente en su lugar estaría asustadísimo, ¡pero a él eso le encantó! Así que, sin ninguna vergüenza, le respondió:
-¡Hola! Si, ya que sos Monstruoplix, ¿y ahora que te pasó? En el Reino imaginario de Tomás los Monstruos eran sus mejores amigos, y juntos hacían muchas travesuras, aunque Tomy en el fondo era un nene bueno. Por eso, fijándose que su mamá no estuviera cerca, le abrió la ventana y lo hizo pasar. Pero, ¡sorpresa! Se abrió la puerta, y de repente su mamá los vio a los dos, y pegó un grito que llegaba hasta la casa del vecino, y del otro vecino, y del otro vecino. ¡Qué papelón! Entonces, Monstruoplix se hizo invisible por un rato y la mamá, por haberlo asustado, lo dejó esa noche sin postre.
Tomy tenía miedo que al día siguiente lo pusieran en penitencia. Cuando se fue a la cama, Monstruoplix apareció de nuevo.
-Tomy, no estés triste… a veces los grandes no nos entienden… Tengo una idea buenísima: ¿querés venir conmigo a nuestro Reino?
Los ojos de Tomás se abrieron bien, bien, bien grandes, cuando respondió:
-¡¡¡Sí!!! ¡Más vale!
Entonces, con mucho cuidado de que nadie en la casa escuchara, los dos abrieron la puerta y los esperaba una alfombra mágica, súper copada,
que los llevó hasta el Reino imaginario. El Reino imaginario era un sueño hecho realidad para cualquier nene o nena de la edad de Tomy: flores que bailaban, nubes de algodón, pasto de menta dulce, copitos de nieve merengada, galletitas en forma de piedras deliciosas. Pero en el castillo oscuro del Reino, vivía el Monstruo Gruñón, el más malvado de todos. El Monstruo Gruñón no quería a los chicos, cuanto más lejos los tenía mucho mejor.
Cuando Tomy y Monstruoplix llegaron, volvieron a encontrarse con eso tan lindo y que tan felices los hacían. Mientras tanto, el Monstruo Gruñón a través de su teleférico miraba lo que pasaba. Y tenía una idea que iba a asustar mucho a los dos. Llamó a Doña Relámpago para que los mojara y los llenara de barro… ¡pobres!
Y así fue. Tomás decidió tomar un helado en la Heladería de la esquina más tierna, cuando de repente una tormenta empezó a mojarlos y llenar de barro a él y a Monstruoplix. ¡Qué susto! ¡Qué maldad la del Monstruo Gruñón!
Y ahora, ¿Qué iban a hacer? Tomy decidió proteger a su amigo. Con el chiquito pero inmenso poder de su abrazo, él con sus bracitos logró tapar a Monstruoplix y con mucha, mucha valentía, fueron al castillo del Monstruo Gruñón en la alfombra mágica. Doña Relámpago seguía insistiendo, pero esta vez de forma mucho más tranquila.
Cuando iban viajando, ¡Otra vez sorpresa! ¡Aparecieron los dos perros, los dos gatos, la tortuga y el conejo de Tomás!
-Tomy, venimos a ayudarte-le dijo Homero, el perro Golden que era el líder del grupo, moviendo la cola
-¡Genial! El Monstruo Gruñón va a tener su merecido -fue la respuesta de Tomás
El Monstruo Gruñón, así de malo también era medio torpe; Mientras miraba como ellos iban hasta su castillo, su teleférico se le dio vuelta y no pudo ver que ya estaban por golpear la puerta… 

-Monstruo Gruñón, venimos a que cambies y que seas mejor –dijeron a coro todos: Tomy, Monstruoplix, los perros, los gatos, la tortuga y el conejo… Abrieron despacito la puerta, y le llevaron una torta de chocolate, algo que al Monstruo Gruñón le encantaba.
-Chicos, ¡gracias! ¡Esta buenísimo! A partir de ahora voy a ser mucho más bueno que antes, ¡se los prometo! Así, con el Monstruo Gruñón Glotón, Tomás, Monstruoplix y sus amigos volvieron a la tierra viajando con la alfombra mágica. Ya era de día y Tomy volvió a su cama para que su mamá le preparara el desayuno.
-Tomás, ¡a levantarse que hay que ir al Jardín!
-Hasta luego Monstruoplix, ¡como nos divertimos! - dijo Tomy
-Chau amigo, ¡nos vemos la próxima! -le respondió con un guiño Monstruoplix.
Tomando la leche, y tratando de llegar temprano al Jardín, Tomás se sintió un héroe. ¡Qué hermoso es disfrutar ser chico y a la vez grande! 


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