Había
una vez, en el reino de la gente aburrida, un nene
llamado Tomás. Tomás tenía cinco años, vivía con su familia, dos perros, dos
gatos, una tortuga y un conejo, y le encantaba dibujar. Creaba sus propias
historias, de esas que encantan a los chicos y asustan a los grandes, haciendo
“¡Buuhhh”! como los Monstruos, él se las ingeniaba para volar por su Universo
de hojas, lápices de colores, brillantina y papel glacé. Ah, ¡como le gustaba
imaginar, que divertido era, cuantas cosas por descubrir! Su mamá tenía que
cuidarse de que no le robara los fideos del paquete ni tampoco las cajas vacías
de cartón, porque enseguida eran propiedad de Tomy.
Una
tarde, cuando ya había salido del jardín, Tomás estaba a punto de tomar la
leche chocolatada que tanto le gustaba, y de repente, sintió que alguien lo
llamaba desde la ventana.
-Tomás, Tomás… Si, te estoy hablando a vos…
¡Era uno de sus propios dibujos, mucho pero mucho más grande de lo que él se
hubiera imaginado!
-¡Hola!
Si, ya que sos Monstruoplix, ¿y ahora que te pasó? En el Reino imaginario de
Tomás los Monstruos eran sus mejores amigos, y juntos hacían muchas travesuras,
aunque Tomy en el fondo era un nene bueno. Por eso, fijándose que su mamá no
estuviera cerca, le abrió la ventana y lo hizo pasar. Pero, ¡sorpresa! Se abrió
la puerta, y de repente su mamá los vio a los dos, y pegó un grito que llegaba
hasta la casa del vecino, y del otro vecino, y del otro vecino. ¡Qué papelón!
Entonces, Monstruoplix se hizo invisible por un rato y la mamá, por haberlo
asustado, lo dejó esa noche sin postre.
Tomy
tenía miedo que al día siguiente lo pusieran en penitencia. Cuando se fue a la
cama, Monstruoplix apareció de nuevo.
-Tomy,
no estés triste… a veces los grandes no nos entienden… Tengo una idea
buenísima: ¿querés venir conmigo a nuestro Reino?
Los
ojos de Tomás se abrieron bien, bien, bien grandes, cuando respondió:
-¡¡¡Sí!!!
¡Más vale!
Entonces,
con mucho cuidado de que nadie en la casa escuchara, los dos abrieron la puerta
y los esperaba una alfombra mágica, súper copada,
que los llevó hasta el Reino imaginario. El
Reino imaginario era un sueño hecho realidad para cualquier nene o nena de la
edad de Tomy: flores que bailaban, nubes de algodón, pasto de menta dulce, copitos
de nieve merengada, galletitas en forma de piedras deliciosas. Pero en el
castillo oscuro del Reino, vivía el Monstruo Gruñón, el más malvado de todos.
El Monstruo Gruñón no quería a los chicos, cuanto más lejos los tenía mucho
mejor.
Cuando
Tomy y Monstruoplix llegaron, volvieron a encontrarse con eso tan lindo y que
tan felices los hacían. Mientras tanto, el Monstruo Gruñón a través de su
teleférico miraba lo que pasaba. Y tenía una idea que iba a asustar mucho a los
dos. Llamó a Doña Relámpago para que los mojara y los llenara de barro…
¡pobres!
Y
así fue. Tomás decidió tomar un helado en la Heladería de la esquina más
tierna, cuando de repente una tormenta empezó a mojarlos y llenar de barro a él
y a Monstruoplix. ¡Qué susto! ¡Qué maldad la del Monstruo Gruñón!
Y
ahora, ¿Qué iban a hacer? Tomy decidió proteger a su amigo. Con el chiquito
pero inmenso poder de su abrazo, él con sus bracitos logró tapar a Monstruoplix
y con mucha, mucha valentía, fueron al castillo del Monstruo Gruñón en la
alfombra mágica. Doña Relámpago seguía insistiendo, pero esta vez de forma
mucho más tranquila.
Cuando
iban viajando, ¡Otra vez sorpresa! ¡Aparecieron los dos perros, los dos gatos,
la tortuga y el conejo de Tomás!
-Tomy,
venimos a ayudarte-le dijo Homero, el perro Golden que era el líder del grupo,
moviendo la cola
-¡Genial!
El Monstruo Gruñón va a tener su merecido -fue la respuesta de Tomás
El
Monstruo Gruñón, así de malo también era medio torpe; Mientras miraba como
ellos iban hasta su castillo, su teleférico se le dio vuelta y no pudo ver que
ya estaban por golpear la puerta…
-Monstruo
Gruñón, venimos a que cambies y que seas mejor –dijeron a coro todos: Tomy,
Monstruoplix, los perros, los gatos, la tortuga y el conejo… Abrieron despacito
la puerta, y le llevaron una torta de chocolate, algo que al Monstruo Gruñón le
encantaba.
-Chicos,
¡gracias! ¡Esta buenísimo! A partir de ahora voy a ser mucho más bueno que
antes, ¡se los prometo! Así, con el Monstruo Gruñón Glotón, Tomás, Monstruoplix
y sus amigos volvieron a la tierra viajando con la alfombra mágica. Ya era de
día y Tomy volvió a su cama para que su mamá le preparara el desayuno.
-Tomás,
¡a levantarse que hay que ir al Jardín!
-Hasta
luego Monstruoplix, ¡como nos divertimos! - dijo Tomy
-Chau
amigo, ¡nos vemos la próxima! -le respondió con un guiño Monstruoplix.
Tomando
la leche, y tratando de llegar temprano al Jardín, Tomás se sintió un héroe.
¡Qué hermoso es disfrutar ser chico y a la vez grande!
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